Carmen Sabater Arnaldos (13-3-2013)
Doy gracias a Dios por la fe que mis padres nos inculcaron a mis hermanos y a mí y así, que la tristeza cuando un ser querido se nos va, tenga para los que poseemos este don, un horizonte de esperanza en la creencia de la resurrección de la carne.
Es un alivio pero, en nuestras limitaciones humanas y a manera de oración, le digo al Todopoderoso que no lo entiendo del todo cuando la muerte llega en plena juventud a personas buenas, con hijos pequeños a los que cuidar y sembrando soledad y angustia a los que la querían.
Pero enseguida acepto la voluntad divina porque la muerte como la vida; la alegría y la pena; la salud y la enfermedad, entran dentro de esa lotería en la que las personas están libres dentro de la creación con todos sus riesgos y ventajas. No somos marionetas del Creador y apuesto que Él también se entristece cuando alguien tiene que partir prematuramente.
Solo nos resta pedirle que se compadezca de nosotros y que nos ayude en el difícil camino que lleva hasta Él y que no decaigamos aunque sigamos sin comprender algunas cosas. Que veamos lo efímero de nuestro paso por este mundo. Que seamos cada vez mejores porque eso será un bagaje bueno para hacer ese camino y... al que le toca sufrir y al final morir, que le premie con el consuelo de su gloria y le permita velar por los que en la tierra lloren humanamente su ausencia, les proteja y les consuele. Eso, lo hará.
Vivir es el privilegio de venir a este mundo pero implica tener que morir y aunque el don de la vida sea tan hermoso, por si no sale bien, y ese privilegio sea amargo y breve, hay que estar preparados. Y sobre todo repetirnos para no decaer: Creo en la resurrección de los muertos.