Si escribiera todas las cosas curiosas que me ocurren de vez en cuando, seguro que habría hecho un libro más gordo que El Quijote. Tengo que contarlo y hay que perdonar lo escatológico del relato pero ha sido real, de esta mañana mismo. Cosas que pasan...
Después de hacer unas compras, me metí en los servicios de un conocido centro comercial y me disponía a alisar mis pelos de pluma indomables cuando a mi espalda, en la parte de los inodoros, he oído un ruido fuerte seguido de un quejido que me indicaba claramente que alguien se acababa de caer dentro. Me volví rápidamente con un susto mayúsculo y pude ver que a los pocos segundos de haber oído el trastazo, por debajo de la puerta asomaba un pie despojado del zapato que casi llegó despedido hasta mi posición del lavabo. Después, silencio.
-Oiga...¿está bien? -pregunté tontamente.
Con mi pie, empujé un poco el otro que asomaba. Nada. Con el corazón de orejas, porque se me debieron poner rojas de sangre, volví a preguntar muerta de miedo:
-¿Necesita usted algo...? ¡Oiga...! ¡¡Oigaaa!! ¿Me oye? ¿Le pasa algo? - Chillé a vueltas con la tonta pregunta y como no obtuve respuesta, salí pitando a los mostradores contiguos a los servicios y casi grité:
-¡Por favor, una señora está caída en el servicio...!
No, no ha salido pitando hacia dentro la gente, que sí, aunque no como yo quería, pero la que sí vino corriendo fue una señora cuarentona, que como adivinando dramas y por haberme oído, se acercó mientras gritaba: --¡Mare, mare...! ¿Es la meua mare...? -me preguntó mirándome fijamente. Pero no me ha dado tiempo a contestar y mejor, porque a ver si yo iba a saber si era su madre.
Al volver, allí estaba la pobre hija que había reconocido el zapato de su progenitora, el pie, el trozo de pierna...Era su madre estaba claro.
Golpeaba la puerta, llamaba, lloraba...-¡Ay, mare,,,! ¡¡mareta, meua...!!
Ché, y qué susto, que pena y qué desesperación de no poder ayudar y como es natural, allí me quedé aunque el baño se fue llenando como si estuvieran dando dinero, pero yo haciendo de almohada a los llantos de la pobre hija que para eso vio en mi a la descubridora de la desgracia de su madre.
Vino un señor trajeado -que el lugar es muy elegante para tener a gente con mono de trabajo- colocó una escalera y después de solicitar permiso a la hija, procedió a saltar la puerta por la parte de arriba, valga la explicación tonta otra vez. Con él venía un médico de maletín y una enfermera. Räpido: puerta abierta y el cuerpo de la señora con la cabeza entre el retrete y la pared, una pierna junto a la taza y la otra, que ya lo he dicho, tiesa hacia fuera.
El médico cubrió con la falda a la señora y con los recién llegados la sacaron del servicio, echaron a la gente y mientras la reconocían...¿qué hacía la hija? Pues llamarme apurada para que me quedara y pedirme quedamente que le ayudara...¡a subir la faja de su madre...! Una faja de pernera corta y con ballenas en la cintura, fuerte, que no sé cómo se usan todavía...
-Mujer...No es por no ayudarla pero, ¿qué importa ahora llevar o no la faja puesta...? Está tapada que es lo importante y además no puede ser sano que algo le apriete. ¿Por qué no le ponemos el zapato para que no se enfríe?
Pues bien, si el médico no toma parte en el asunto y le dice a la desconsolada hija que se dejara de bobadas, me veo poniendo una faja a una moribunda que es lo que me parecía la pobre señora.
Llamé esta tarde al hospital de La Fe... La mujer está viva, a Dios gracias. Un ictus que casi se la lleva pero sin más consecuencias. La nariz rota nada más y tranquilamente, sin faja.